Érase una vez dos semillas debajo de la tierra. Estaban muy cerca una de la otra, esperando a empezar a germinar para terminar convirtiéndose en flor. De tanto esperar, una semilla quiso entablar conversación con la otra: - Hola ¿crees que te faltará mucho para empezar a crecer? - Alrededor de un mes, cuando llegue la primavera. - Y ¿qué vas a elegir ser? - No te entiendo… - Digo, si vas a elegir ser flor o seguir siendo semilla. - ¡Seguir siendo semilla! - Cuando llegue la primavera nos convertiremos en flor cada una de nosotras. Veo que conversas poco y, por no relacionarte, hay cosas que no sabes. - ¿Qué es lo que no sé? - Que puedes elegir entre ser una flor o seguir siendo semilla… Los agricultores, cuando plantan semillas, siempre ponen más de las que piensan obtener, porque suponen que por razones biológicas algunas semillas no van a germinar, sólo lo harán las más aptas y algunas no crecerán. Pero, en verdad, lo que ellos no saben es que, en realidad, nosotras podemos decidir si germinamos o no. - Vaya... Eso no lo sabía. - Claro, si quieres, puedes quedarte así en una semilla solamente, sin germinar, y vivir tranquila aquí, bajo la tierra. - Pero ¿por qué no ser flor? ¿Qué sentido tiene ser solo semilla? - Bueno, tiene muchas ventajas. Aquí tenemos todo para nuestra vida: tierra, alimento, agua… No nos hace falta nada más. En cambio, si te conviertes en flor, estás a merced del tiempo, el sol puede marchitarte o una tormenta puede acabar con tu vida en solo unos minutos… Si eres flor, eres frágil. ¿Para qué correr ese riesgo si aquí estamos seguras, no te parece? - Yo, sin embargo, quiero ser flor, si bien aquí estamos seguras, me resulta aburrido, quizás en la superficie descubra cosas nuevas. - Bueno, las decisiones son decisiones. Si tú quieres ser flor ¡pues adelante! Yo elegiré seguir siendo semilla y viviré mucho más tiempo sin correr riesgos inútiles. Y así fue como los días pasaron y finalmente llegó la primavera. La semilla que decidió ser flor empezó a germinar, mientras la otra sigue siendo semilla. Inmediatamente la semilla que germinaba echó raíces, a través de las que obtenía su alimento y, en pocas semanas, apareció el primer capullo. Cuando floreció y abrió sus pétalos, no podía creer el espectáculo que veía: un cielo azul, un sol brillante, un aire tibio que la abrigaba y la tenue brisa de viento que acariciaba durante el día y la noche. Pudo ver otras flores a su alrededor, de colores distintos, llenas de vida, que contagiaban las ganas de disfrutar de cada minuto. De noche, cerraba sus pétalos y dormía plácidamente después de contemplar un cielo lleno de estrellas que la extasiaba. De día, era visitada por insectos y por abejas que recogían su néctar para fabricar miel en una colmena cercana. Pasaron los días y los meses, la flor vivía cada instante como si fuera una fiesta, mientras que la semilla que decidió ser semilla, seguía allí, bajo la tierra a buen resguardo. Un día, la flor pudo revisar unos nubarrones de tormenta que parecía mucho más que una simple lluvia que cada tanto caía sobre ella, brindándole frescura y alimento. El viento se desató con una furia increíble y empezó a llover de forma cada vez más copiosa hasta que se desató un aguacero impresionante que, junto con el viento que arreciaba, acabaron arrancándole sus pétalos y cortando su tallo. La flor finalmente murió. El invierno había llegado. La semilla que estaba debajo de la tierra vio cómo las raíces de la flor se empezaron a secar y pensó inmediatamente: ‘Yo se lo advertí, le dije más de una vez que si decidía ser flor correría riesgos, pero no me escuchó… ¡Allá ella!’ Lo que no sabía la semilla que decidió ser semilla es que las semillas que no florecen también mueren al cambiar la estación, y después de unos días también murió. De lo que nunca se enteró la semilla es cómo la flor era visitada continuamente por insectos, estos llevaban el polen a otras flores y, sin saberlo, daban vida a nuevas flores. La semilla que no quiso ser flor, simplemente murió, jamás conoció la experiencia de ser flor y de que su vida se convirtiera en más vida. Lo curioso es que allá, en la superficie, los horticultores seguían creyendo que algunas semillas que ellos siembran no crecen por razones biológicas y no porque, en realidad, algunas de ellas deciden no ser flor.
Pero hay algo más curioso allá, en la superficie: es que existan personas que, teniéndolo todo para ser flor, elijan ser simplemente una semilla. Hacemos preguntas a los alumnos sobre el cuento para saber si lo han entendido bien: • ¿Qué personajes hay en la historia? • ¿Qué es lo que pasa al principio? ¿Y luego? • ¿Qué pasa al final de la historia? • ¿Qué es lo que nos quiere decir?
Parábola del buen sembrador
Comentamos tras el vídeo (o la dramatización con los alumnos más pequeños) lo que Jesús nos ha querido decir con esta parábola. Se dibuja sobre el papel continuo unos surcos que asemejan a la tierra arada, preparada para ser sembrada. Pedimos a los alumnos que reflexionen sobre alguna de estas preguntas (elegir una dependiendo la edad de los alumnos)
¿Qué puedo hacer este año para que la semilla de Dios germine mejor en mí?
¿Qué me propongo yo para este año, qué buena acción voy a realizar, para demostrar que la semilla de Dios ha germinado en mí?
¿Qué puedo dar a los demás?
¿Qué puedo hacer para ser más generoso?
¿Qué puedo hacer este año para que mi semilla crezca y ayude a que el resto de semillas también crezcan?
ACTIVIDAD: Repartimos entre los alumnos unos óvalos de cartulina que previamente hemos recortado Por un lado, se pondrá el nombre del alumno y por el otro lo que se ha propuesto con la pregunta que se ha desarrollado. Se pegará en el papel continuo marrón y se dejará como adorno en la clase a lo largo de todo el curso. Lo que se verá será el nombre del alumno. Sería bueno que al final del curso se devolviera a cada alumno su semilla para que reflexionara si ha realizado lo que se había propuesto al principio de curso.